viernes, octubre 28, 2005

LIMA 2015

Juan Infante
(Publicado originalmente en Perú Económico, marzo 2004, con ocasión de la conferencia anual del BID realizada en Lima)

Ahora en www.peruenrumba.blogspot.com

En el 2015, dentro de apenas 11 años, Lima tendrá 10 millones de habitantes. La cifra es enorme, pero adquiere dramatismo, si tomamos conciencia que en 1940 la población de Lima era de 645 mil habitantes. Si tomamos esta fecha como punto de partida y nos proyectamos al 2015, en apenas 75 años Lima habrá crecido más de 15 veces su tamaño… y tenemos que admitirlo, la ciudad de Lima continúa en estado de asombro, sorprendida aún por este crecimiento, reaccionando siempre tardíamente a los retos que le plantean los nuevos limeños.

¡WOW!

La capacidad de consumo “de los nuevos limeños” es el más reciente descubrimiento que tiene fascinados a los empresarios, analistas de mercado e intelectuales de la Lima tradicional. Hoy día, los centros comerciales de mayor movimiento, los centros de recreación más modernos y, en general, el polo de atracción más dinámico de inversiones en Lima es lo que se conoce como el Cono Norte, cronológicamente el primer destino urbanístico de la fuerte migración provinciana que ha hecho posible la nueva Lima.
Los territorios que hoy ocupan los distritos de San Martín de Porras, Comas, Los Olivos, fueron los primeros nuevos barrios de los inmigrantes de las provincias en Lima, y hoy, debería ser indiscutible que son barrios de clase media y que incluso, algunas zonas de estos distritos agrupan a consumidores que pertenecen al segmento de más altos ingresos del Perú[1]. Los números son indiscutibles, pero al statuo quo limeño aún le cuesta asimilar las implicancias del progreso de los migrantes. La genuina – pero ingenua - fascinación con la que miran hoy al Cono Norte, da cuenta de lo lejos que estaban de los profundos procesos de cambio que ha vivido Lima y el Perú en los últimos 60 años; y esta lejanía es la principal explicación de por qué la ciudad de Lima creció violentada, desordenada y caóticamente.
Felizmente la historia del Cono Norte es irreversible, y sus consolidadas urbanizaciones de clase media, la rentabilidad de las grandes compañías de distribución minorista que han instalado sucursales ahí y la movida comercial y recreativa de la zona se erigen hoy como la prueba palpable de los logros de los provincianos en la capital peruana; como pronto, apenas los analistas y empresarios volteen los ojos, lo serán los conos este y sur de Lima.


ENERGÍA ECONÓMICA PURA

La lección principal de este exitoso (y doloroso) proceso de inserción de los provincianos en la capital del Perú, es que los provincianos migran a las ciudades principales de sus países (o a las principales ciudades del mundo) con una única voluntad: la del progreso.
Los migrantes no son invasores, aunque invaden, no son delincuentes, aunque sus propiedades suelen estar al margen de la ley, no son informales, aunque su economía se desarrolle en un gran porcentaje en un mercado que no paga impuestos, no son pobres aunque cuando llegan a la ciudad lo hacen con unos pocos billetes. Los migrantes, en primer lugar, son energía económica pura.
Si el enunciado “los migrantes llegan a una ciudad con el único propósito de progresar”, se constituyese en punto de partida de los diseñadores de políticas urbanas y sectoriales (empleo, producción, educación, salud) y de los ejecutivos de las empresas de productos y servicios masivos, otra sería Lima y la historia del suceso de la inserción de los migrantes en la urbe sería realmente exitosa. La confianza en los nuevos limeños y no la desconfianza primaría en el diseño de políticas públicas y de las políticas comerciales. La economía de nuestros países encontraría una nueva energía motora y dejaría de depender exclusivamente de las grandes inversiones transnacionales.
La gran lección que nos ofrece Lima hoy es que la energía del migrante no debe desperdiciarse, reprimirse, ni trabarse, sino más bien debe ser canalizada y sobretodo potenciada. Los países y las ciudades latinoamericanas pueden tener un motor extremadamente potente si se descubriese como potenciar la energía de sus migrantes internos.

LA PARADOJA DE GAMARRA Y LA PARADA[2]

La zona comercial e industrial de Gamarra y su vecino, el Mercado Mayorista de La Parada, ambos situados en los límites del distrito de La Victoria y el Centro de Lima constituyen los símbolos por excelencia de la nueva economía de los migrantes. Día a día estos mercados de prendas de vestir y pan llevar mueven cada uno millones de dólares y, en el imaginario de los medios de comunicación populares están poblados de “reyes”[3]. Sin embargo, los empresarios (básicamente migrantes o hijos de migrantes) y sus clientes, siguen afrontando los más elementales problemas en los servicios básicos urbanos y comerciales. El gobierno local del distrito de La Victoria[4] entrampado en una maraña de funcionarios corruptos, leyes y deudas[5] es incapaz de dar solución a los problemas básicos de manera definitiva de la zona Gamarra: seguridad, transitabilidad, orden y limpieza, problemas enunciados de manera sistemática por los empresarios en los últimos 10 años. El gobierno nacional tampoco es eficaz en la dotación de seguridad[6] y es incapaz de formalizar la economía. Lima está plagada de mercadería de contrabando y eso hace que los empresarios de Gamarra migren constantemente de la producción local a la comercialización de productos importados y de estos a los contrabandeados en un círculo poco virtuoso que los tiene siempre en el borde de la legalidad y en una tensión entre lo correcto, lo incorrecto y la necesidad de sobrevivencia: en Lima conviven las grandes cadenas de distribución (Saga Falabella y Ripley) que básicamente importan productos del Asia, la zona de Gamarra y una enorme zona liberada al contrabando en los alrededores de la avenida Grau, en pleno centro de Lima. La energía económica de los migrantes en estado puro generando un ¡sálvense quien pueda!
Con la zona del mercado mayorista de La Parada sucede algo similar. El primer mercado mayorista del Perú es un pampón de menos de 5 hectáreas con infraestructura endeble y ausencia de servicios básicos en el cada día se tranzan algunos millones de dólares. Llegar ahí a cualquier hora del día es un ejercicio de paciencia. Rodeado del mercado más grande de venta de artículos robados y de cotidianos cúmulos de basura, La Parada espera desde hace 10 años un nuevo destino, el nuevo mercado mayorista de Lima ubicado en Santa Anita. Hace más de 10 años la ciudad de Lima tiene entrampado un proyecto de trasladar este mercado a una zona dotada de la infraestructura adecuada, 10 años. Este proyecto que depende de la Municipalidad de Lima Metropolitana, fue bloqueado sistemáticamente por el gobierno de Fujimori en su eterno conflicto con el ex alcalde Alberto Andrade. Llevamos casi tres años con nuevas administraciones en lo local y nacional y se escucha poco del proyecto. Pero más allá de las bondades o defectos de ese proyecto y de la poca transparencia con el que es manejado, es evidente que una ciudad como Lima necesita un buen mercado mayorista y que los empresarios que actualmente forman parte de La Parada deberían ser los primeros interesados en promoverlo… misterios del Orinoco, hay una fuerte corriente en contra de parte de los empresarios.

EL ROL DE LAS EMPRESAS

Los inauditos ejemplos de Gamarra y La Parada se repiten en todo el Perú y, sin duda, en la mayoría de países de América Latina. Los gobiernos locales, la estructura legal y la poca comprensión de los partidos políticos y los gobiernos nacionales respecto al potencial de los migrantes, entrampa la energía económica que estos cargan.
Lo propio sucede con las compañías que manejan la proveeduría de servicios y productos básicos a los que acceden los migrantes. Me remitiré a un único ejemplo: el acceso al crédito. Es inaudito que los migrantes en las ciudades accedan a crédito a tasas de interés del 60 % al año. Es evidente que nuestros sistemas financieros nacionales están obsoletos si es que no pueden ofrecer algo dramáticamente mejor. En Bangladesh, el Grameen Bank a una población semirural, extremadamente más pobre, le ofrece una tasa del 20 %. En India, en la región de West Bengal, a unas cuatro horas por coche de Calcuta, la ONG VSSU da la posibilidad a sus clientes de ahorrar desde 3.6 dólares al mes[7]. Uno no puede progresar si para construir su casa, crear un negocio y alimentarse todos los días tiene que pagar por el dinero 60% al año. No existe ninguna razón para condenar a los migrantes a este apartheid económico donde no pueden ahorrar en instituciones confiables y el costo del dinero es del 60% al año.

LIMA 2015

Tenemos que pensar todo de nuevo partiendo de una base de confianza en los nuevos limeños y su enorme energía económica. Hay que revisarlo todo comenzando por el marco legal. Necesitamos una nueva generación de administradores locales profesionalizados que sepan como ejecutar políticas que faciliten la generación de riqueza en el ámbito local. Y por último, necesitamos una profunda renovación en el ámbito de las empresas que proveen productos y servicios que son fundamentales para el crecimiento de las economías familiares. La energía del migrante debe ser canalizada y potenciada. El 2015 está cerca, que nos reciba con todos estos problemas resueltos… hace tiempo.



[1] Para análisis de estructura de mercado de la población del Perú se considera del segmento de más altos ingresos a aquellas familias que tienen más de 2 mil dólares de ingresos mensuales.
[2] Gamarra es el centro de comercio y producción de prendas de vestir más grande de toda América Latina (17 mil tiendas) y la Parada es el mercado mayorista mas antiguo de Lima.
[3] Los medios de comunicación gustan de llamar así a los empresarios de Gamarra o La Parada cuando estos sufren algún ataque delincuencial (secuestros, asaltos, etc.).
[4] El los últimos 25 años el distrito de La Victoria ha sido administrado alternativamente por representantes de los principales partidos políticos peruanos y por independientes siempre con el mismo espantoso resultado: caos y corrupción.
[5] Los Alcaldes de La Victoria siempre señalan que están entrampados por una pesada carga laboral, una política de pensiones a sus jubilados afixiante y un monto de deuda heredada por el gobierno local anterior que siempre se encargan de incrementar y que mantienen sus cuentas en permanente riesgo de embargo.
[6] Aunque hay que reconocer que en las últimas gestiones en el Ministerio del Interior se han hecho sustantivos esfuerzos.
[7] El autor entre los meses de octubre 2003 y febrero 2004 estuvo estudiando estos servicios financieros.

EL TURISMO ES VANIDAD Y COQUETERÍA

Sandro Venturo Schultz
(Publicado originalmente en Peru21)

No existe distrito ni provincia del Perú que no considere el turismo como una varita mágica que traería, inevitablemente, progreso. Donde uno va encuentra a pobladores y autoridades locales que consideran que la laguna de patos silvestres, el resto arqueológico por excavar y el humilde plato típico de la zona; son elementos indiscutibles de una industria desaprovechada y evasiva. El turismo es una promesa nacional que descansaría sobre una base ganadora: el país está repleto de riquezas naturales y culturales que, adecuadamente expuestas, atraerían la atención de todo el mundo. En realidad, las cosas son un poco más complejas.

TRES CLAVES. En primer lugar, el turismo tiene que ver menos con el pasado y muchísimo más con el futuro. Lo saben muy bien los argentinos que han hecho de Buenos Aires una ciudad cultural y cosmopolita a pesar de su prematuro envejecimiento. Puerto Madero es la expresión de lo que los historiadores llaman “la invención de la tradición”: un simple puerto que ha adquirido una densidad turística hasta hace poco inimaginable.

En segundo lugar, el turismo, como cualquier industria, se hace desde el mercadeo. Cuando la gente viaja, está buscando aventura y seguridad, sorpresa y comodidad. La gente se “arriesga” para divertirse viviendo fantasías playeras, aventuras ecologistas o relatos museográficos. No se puede hacer turismo solo llevando a los desconcertados turistas frente a apus descongelados y “ruinas” desprovistas de teatralidad. Lo saben muy bien los mexicanos.

En tercer lugar, el turismo es una actividad orientada a los foráneos, pero determina la vida local. Las actividades que vive el viajero no son ajenas ni paralelas a la vida de los anfitriones. Por el contrario. Lo más valorado está en las calles y las plazas. Es una singular vida cotidiana lo que distingue a un buen lugar de viajes, de otro. Lo saben bien los colombianos de tierras calientes.

Así como una sola gran obra no genera necesariamente progreso, del mismo modo una maravilla arqueológica y un museo excepcional no producirán ninguna industria de turismo interesante. La clave es reinventar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Y esta reinvención tiene que suceder dentro nuestro. Mientras insistamos en definirnos según las determinaciones de nuestro pasado, las cosas no van a cambiar, ni en el turismo ni en nada.

UN HUMILDE EJEMPLO. ¿Porqué el noventa por cien de los turistas y vialeros que vienen al Perú les interesa únicamente el Cusco y no se quedan en Lima? Fácil. Por que nuestra ciudad no tiene gracia. Es una urbe que no se peina ni maquilla, que no se viste ni está preocupada en ponerse en forma. No hace de su cielo gris un detalle que contraste con la intensidad de sus colores y sabores.

El turista podría notar inmeditamente algo que nosotros en realidad escondemos porque nos cuesta reconocerlo. El Centro de Lima debería prepararse para ser presentada como la capital del Virreynato español. Edificios sobran aunque habría que empedrar el tablero para que recupere prestancia. La costa de Miraflores y Chorrillos puede, sin mucho esfuerzo, considerarse el pasadizo gastronómico del Pacífico, pero habría que lustrar sus avenidas como se hizo con La Mar. ¿Es descabellado esto?

Barranco puede convertirse en nuestro bohemio eje del diseño: muebles, ropa, artesanía. Es cuestión de acelerar el proceso. Miraflores y San Isidro bien pueden reclamarse como el punto cultural de la ciudad. Pero el Festival de Cine no debería ser el único evento regional y acaso el CC Camino Real debería transformarse en la sede de un museo nacional rodeado de cines, cafés, galerías y tiendas culturosas. La plaza de Pueblo Libre, y alrededores, bien podría ser el barrio de los dulces. Las abuelas abundan. Mientras que El Callao debería rescatar su condición de puerto histórico y el aeropuerto Jorge Chávez debería ser pensando como el punto nodal aéreo más competitivo de sudamérica. ¿Hay algo forzado en esto?

El turismo es una de las actividades económicas más creativas. Nuestra heterodoxa gastronomía y nuestra audaz informalidad son más importantes que los millones que hoy nos hacen falta. Pueden existir, sin embargo, planes e inversiones de diverso calibre, pero si no valoramos nuestra singularidad y no aprendemos a ejercer una coquetería más cosmopolita, ninguna fórmula será suficiente. Vanidad es aprender a quererse.

LA METÁFORA DEL HARTAZGO

Sandro Venturo Schultz / sociólogo y comunicador social
sv@toronja.com.pe
(publicado originalmente en Ideele)

Los peruanos solemos recurrir a la metáfora del tránsito de Lima (y otras ciudades del país) para aludir a varias de nuestras incapacidades civiles y políticas. Sin duda, cuando hablamos del interrumpido flujo de autos y peatones, nos preocupa menos la problemática vial, y mucho el caos y la precariedad de la vida, en una sociedad con serias dificultades para construir su propio orden.

¿Por qué se utiliza esta metáfora y no otra? ¿Por qué de forma tan recurrente? Acaso porque acusar el bloqueo permanente de los cruces callejeros es tratar sobre nuestra incapacidad para transformarnos en una comunidad de personas familiares entre sí, es decir, de personas que compartimos un vínculo politico de semejanza y empatía.

Sin duda, la cantidad de autos raspados y chocados, así como las alarmantes tasas de accidentes y muertes sobre ruedas, nos dice mucho sobre la negligencia de nuestras autoridades y funcionarios. También, especialmente, sobre nuestra dificultad para construir acuerdos y desplazarnos por la vida cuidando nuestra propia integridad y la integridad de quienes nos rodean.

¿Qué hacer para enfrentar este desorden y así redimir simbólicamente esa incapacidad comunitaria para realizar “lo público”, el “bien común”, el “beneficio universal”? Lo que está en juego, entre otras cosas, es la compresión práctica de elementales reglas de convivencia, a saber, que las autoridades que designamos están a nuestro servicio, que las reglas universales me protegen (y benefician) individualmente, que el orden compartido me ahorra personalmente desgastes innecesarios, que el flujo compartido hace de mi vida una experiencia menos estresante, menos angustiada, menos absurda.

Lo que se expresa con esta metáfora no plantea una relación ontológica con nuestra identidad. No seamos masoquistas. Tengo la impresión que “la imagen del tránsito” nos está invitando a reflexionar acerca de nuestra capacidad de constituir una sociedad de ciudadanos con ganas de pasarla bien, muy bien.

LA DEMOCRACIA ES UN MEDIO

Sandro Venturo
(Publicado originalmente en Peru21)

La palabra “democracia” debe estar en la lista de las más mentadas cuando discutimos sobre asuntos politicos y sociales; y debe ser, al mismo tiempo, el significante más ambiguo e inútil de la jerga de nuestra opinión pública. Y cuando uso “opinión pública” no me estoy refiriendo a la gente que va apurada por la calle sino a quienes generamos los temas de la “agenda nacional”: periodistas, políticos, sindicalistas, líderes empresariales, funcionarios de ONG y, por supuesto, voceros de las empresas encuestadoras.

Los productores de opinión olvidamos, por otro lado, que para la gente dicha noción tiene otro significado. “Democracia” sólo adquiere sentido para gran parte de nuestros conciudadanos si ésta demuestra alguna forma de utilidad y beneficio. Así de concreto. Cuánta sabiduría en ese “pueblo” convenido. El sentido común a veces es impecable: si un instrumento no funciona, resulta “racional” buscar una alternativa que incida positivamente en la vida cotidiana.

¿Qué nos está diciendo el público electoral con su valoración condicionada de la “democracia”? Algo simple. Los politicos suelen hablar de “la democracia” como un valor supremo cuando, en realidad, deberían tratarla como lo que es: una caja de herramientas.

ES UN MEDIO. La democracia es una teoría acerca del poder que se objetiva formalmente en un estatuto político, en un conjunto de reglas y procedimientos, en un documento que conocemos como “Constitución”. Ciertamente este estatuto varía según el tipo de comunidad política aludida; sin embargo, existen algunos elementos compartidos casi universalmente en esta época de telecomunicaciones revolucionarias.

El equilibrio de poderes, la libertad de asociación y expresión, la elección universal y secreta, entre tantas otras, son herramientas institucionales que configuran una forma de administración del poder que busca limitar esa propensión a la alienación que dicho poder produce en nosotros, seres finitos y limitados, personas contenidas por convenciones culturales que reprimen nuestras fantasías inconfesables.

Pues bien, ¿a qué van estas disquisiones que apasionan a todo estudiante de politología y derecho constitucional?, ¿qué relación tienen con esta coyuntura de frentes políticos que no cuajan sino en la especulación periodística?, ¿qué de nuevo tiene constatar una vez más que la noción de “democracia” de la gente difiere de la de los líderes de opinión?

PALABRAS VACÍAS. En temporadas electorales como ésta el valor de la democracia se pone en juego especialmente cuando algún antipolítico, queriendo sintonizar con el público electoral, dispara contra la ya desprestigiada democracia para ganar puntos. Una vez más los caza-encuestas no está entendiendo nada. La gente les pide otra cosa, realmente profunda.

Inclusive quienes defienden la democracia atentan contra ella cuando se prestan a dinámicas electorales que van en sentido contrario al popular: quieren gobernar en primera división cuando no han gobernado antes en segunda o tercera. Quieren defender la democracia cuando antes no han sido capaces de demostrar, en los hechos, que las reglas democráticas efectivamente sirven para algo: para construir agendas y ejecutarlas en beneficio de la comunidad que los respaldaría. Que nuestros políticos tengan tantas dificultades para tramar frentes electorales dice muchísimo de su inmadurez política y organizacional.

EL GRAN RETO. Nuestro reclamo de corto y largo plazo, y ahora me incluyo dentro del “pueblo”, es el mismo: “democracia” significa “orden compartido”. “Orden” significa “estabilidad para diseñar, ejecutar y evaluar proyectos personales y colectivos”. El gran reto de la clase política, si es que dicho grupo existe, es evitar por fin el círculo vicioso en el que están inmersos. Y para ello nada más sencillo que seguir la sabiduría popular. Tienen que demostrar que, primero, no están tan desfasados como parecen y que pueden, en segundo lugar, darle vida al estatuto por el cual supuestamente se rigen.

Esto es mucho más hermoso que jugar a los egoísmos del poder. No hay desarrollo sostenible ni prestigio honorable, sin reglas claras y compartidas. La democracia no es un valor, ni debe serlo; es un medio, una caja de herramientas.

sábado, octubre 01, 2005

TLC


Por Gastón Puente de la Vega