Hay presidentes accidentales, que se encuentran con la historia en medio de un derrumbe: Gerald Ford, César Gaviria, Valentín Paniagua. Tales presidentes, en general, optan por la prudencia y la modestia. Saben que no han sido elegidos por sus virtudes personales, sino por el azar.
Sin capital político que gastar, se dedican a crearlo, lanzando iniciativas más allá de la empalizada de sus comunidades políticas. Ford, reconciliando a republicanos y demócratas; Gaviria, negociando la paz con la guerrilla; Paniagua, convocando a un gabinete independiente.
Alan García fue elegido presidente por ciudadanos que votaron tapándose la nariz. Sus propios aliados lo compararon a una enfermedad fatal, marginalmente mejor que el humalismo. Se recordó hasta la saciedad su carácter mendaz, sus patologías, su oportunismo, su corrupción, sus deudas con la justicia, su demostrada incapacidad. Su capital político al empezar su gobierno era similar a las reservas externas del país en el año 1990: una gran cifra roja.
Sin embargo, García se ha comportado como un presidente aluvional. Si buscó acuerdos, fue con la extrema derecha. Ha intentado crear capital político en ese lado del espectro, agitando los atavismos más despreciables. Pornógrafo para llamar al linchamiento legal de los violadores; periodista de crónica roja para ahorcar a Hussein; inquisidor para acusar de terrorismo a un anciano torturado hasta la muerte.
Confrontado con la evidencia de su mentira en el caso de Bernabé Baldeón, cuya familia ha logrado una sentencia contra el Estado por el asesinato de su padre, García no tuvo más remedio que decir algo que sonara a disculpa: “Si la familia Baldeón se siente ofendida, le ofrezco mis disculpas”
¿Si se siente ofendida? ¿No será razonable pensar que si a la tortura y asesinato de su padre se agrega la difamación la familia Baldeón se sentirá ofendida? García ofrece disculpas, no pide perdón, pomposo a más de irresponsable.
Ahora bien: el premier Del Castillo, incluso luego de la “disculpa” presidencial, ha insistido que el problema no es la difamación del campesino asesinado: "No están viendo el problema real. Ese caso cuesta 400 mil dólares al Estado"
El problema no es que la más alta autoridad de la nación abuse de su poder y estigmatice la memoria y la familia de un modesto campesino. El problema no es que se excuse la tortura si se efectuó contra un supuesto terrorista. El problema no es, tampoco, que el presidente llame a incumplir las obligaciones internacionales del país. El problema es plata.
Estamos advertidos: si hay que escoger entre nuestros derechos y la plata, este gobierno escoge la plata. Gracias por la sinceridad, premier.
La apuesta de ganar capital político jugando a favor del tánatos no le rindió resultados a García en las elecciones municipales y regionales, pero insistió. Enfrentado a la evidencia de una nueva derrota, esta vez en el parlamento, volvió a mostrar la misma reacción autoritaria que tuvo en los casos Canto Grande y Baldeón. Exigió un referéndum para consultarle al país sobre la pena de muerte, logrando el singular resultado de que su propia ministra de justicia le corrija la plana.
Hasta el presidente de la Comisión de Constitución del Congreso, Aurelio Pastor, corrigió al presidente. Aunque, claro, deslizando una pequeña sugerencia:
“…el artículo 32o de la Carta Magna establece que no pueden someterse a referéndum la supresión o la disminución de los derechos fundamentales de las personas como lo es, en este caso, la vida. Sin embargo, precisó que para lograr que la pena de muerte sea llevada a referéndum se podría realizar una modificación constitucional.”
¡Gracias, Aurelio! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Si hay que destruir garantías constitucionales, hagámoslo por la vía directa, con acuerdo del congreso, ¿a quién se le ocurre gastar la plata del estado en un referéndum?
Pero quien se lleva la palma entre los incondicionales del presidente accidental es el congresista Velásquez Quesquén, líder de la bancada aprista. Algo así, digamos, como lo que Pérez Rubalcaba es al PSOE o Harry Reid a los demócratas.
La reacción de Velásquez Quesquén al fallo de la Corte Interamericana en Canto Grande ha sido una terca resistencia a leer la sentencia y aprender un poco. ¿Para qué aprender –al fin y al cabo- cuando se puede acusar? Además, con constitucionalistas tan apegados a los derechos como Aurelio Pastor, ¿cómo desaprovechar la oportunidad de repartir acusaciones constitucionales como quien reparte carnés partidarios?
Pero algo me hace sospechar que el pobre Aurelio tendrá más problemas entendiendo a su compañero de bancada que a su presidente. Al fin y al cabo, García ha adquirido, al cabo de décadas de lectura y oratoria, cierta claridad expresiva. El Sr. Velásquez Quesquén, en cambio, es un maestro de la cantinflada.
Véase, por ejemplo, a este tribuno refiriéndose a la acusación constitucional que prepara contra el ex ministro Tudela y sus asesores, quienes diseñaron la estrategia jurídica del Estado en el caso Canto Grande:
“En este momento estamos terminando de afinar la acusación con los asesores porque queremos identificar bien a los responsables para que no se vaya a pensar que esto tiene un sesgo”
Nótese el plural mayestático con el que el portavoz aprista se refiere a sí mismo; apréciese la capacidad inigualable de introducir ambigüedad en una frase sencilla: ¿será que se refiere a la acusación contra los asesores de Tudela o al trabajo de “afinamiento” que él conduce (¿o ellos –los Quesquenes- conducen?) con sus asesores? Apláudase la sinceridad con la que se admite que tiene una acusación pero no se sabe exactamente contra quién. Obsérvese el deseo de precisión de quien quiere identificar “bien” porque sabe –admite- que si no produce chivos expiatorios adecuados la maniobra quedará al descubierto. ¡Velásquez Quesquén habría hecho las delicias del maestro Luis Jaime Cisneros en sus clases de lingüística en la Católica!
Pero hago una digresión; “ofrezco disculpas” y sigo apreciando al líder parlamentario, en su rol de gran inquisidor:
“Tudela ha insinuado que fue sorprendido por el agente Ayzanoa con la propuesta para allanarse. Evidentemente, si un ministro es sorprendido en un tema tan delicado como este, también se le agrava el perjuicio que ha ocasionado. Será la subcomisión de Acusaciones Constitucionales la que determinará si fue negligencia o un hecho punible"
¿Exactamente qué quiso decir aquí el Sr. Velásquez Quesquén? ¿Qué Ayzanoa engañó a su ministro o que el ministro expresó sorpresa ante la propuesta de Ayzanoa? ¿Qué se ha perjudicado al ministro, que se ha perjudicado al estado o que el parlamentario no tiene idea de qué ha ocurrido? ¿Qué es lo “evidente” en este descomunal desorden de las ideas?
Durante las últimas semanas, los poderosos del Perú han demostrado en sus dichos y hechos que la confusión gramatical suele ir de la mano de la confusión moral. Si un presidente accidental se porta como un baladrón, si la plata vale más que los derechos, si el defensor de la constitución propone castrarla; entonces, es adecuado que el líder parlamentario del gobierno hable en lenguas, como en un Pentecostés de Estudios Churubusco.
Pero –afortunadamente- lo contrario también es cierto: la integridad moral es compañera de la claridad sintáctica. Un ciudadano de a pie, el hijo del campesino asesinado y difamado por García, reaccionó así a la “disculpa” presidencial:
"No porque seamos unos campesinos humildes el Gobierno de Alan García va a decir lo que quiere. Esperamos que no se vuelva a repetir"
Eso es lo que yo llamo claridad conceptual y dignidad intacta.
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