Paolo Puelles
Acabo de llegar de Caracas, de un seminario internacional de movilidad, donde la mayor preocupación era cómo hacer para humanizar una ciudad llena de carros, y pistas para ellos, donde hay escasas facilidades para caminar o ir en bicicleta. En Caracas un alto porcentaje de la población se desplaza en transporte público, pero la mayor parte de las pistas son usadas por los autos particulares o taxis. Indudablemente encontramos aquí un problema de ineficiente distribución del espacio público que se repite en la mayoría de nuestros países.
La reflexión me hizo evocar el último censo en Lima en el que, ante la represiva orden de no salir de las casas, la mayoría, que sí salimos, nos encontramos con una ciudad pacífica, amable, sin carros, sin smog, sin peligros para caminar o montar bicicleta con los más pequeños. Que lindo vivir la ciudad de este modo. Utopía, por cierto, pero que nos muestra por donde debemos movernos hacia una mejor calidad de vida. Ahora, si es esto lo que queremos, ¿por qué nos gusta tanto aplaudir las grandes inversiones en pistas, puentes y túneles cuando pequeñas, pero muchas, intervenciones pueden mejorar grandemente la vida de la mayoría de las personas? Veredas, un semáforo, una rampa, un rompemuelle, señalización adecuada, etc. mejora, e inclusive puede salvar, la vida de muchísimos ciudadanos.
Se cree que invertir en más pistas para el vehículo motorizado solucionará el problema de la congestión. Esto me recuerda la ingeniosa frase de Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá: “Resolver el problema de la congestión, ampliando las vías, es como resolver el problema de la gordura aumentando la talla”. Mientras más pistas, más carros atraídos a ese medio de movilidad y, ¿qué nos depara eso? una situación como la de Caracas, menos espacio para los peatones, más ciclistas urbanos atropellados, más contaminación del aire y escasa contribución para reducir el calentamiento global, entre otros problemas que el uso indiscriminado del automóvil implica.
Hay ciudades que han hecho historia, y que ahora son íconos mundiales, que han dado vuelta a la tortilla, Bogotá es una de ellas. Investiguemos un poco que pasó allí. Seamos más exigentes con lo que nos toca para nuestra ciudad. No añoremos el vivir en una ciudad europea como algo que nos está prohibido de por vida sino “saltamos el charco”. Desplazarse caminando, en bicicleta o en transporte público no es imposible. Simplemente debemos de dar los pasos correctos hacia ello. Las cosas pueden cambiar pero necesitamos cambiar nuestras mentes antes. Ese es el principal cambio y por el que, tal vez, deberíamos empezar cada uno de nosotros.
martes, abril 15, 2008
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