viernes, octubre 28, 2005

EL TURISMO ES VANIDAD Y COQUETERÍA

Sandro Venturo Schultz
(Publicado originalmente en Peru21)

No existe distrito ni provincia del Perú que no considere el turismo como una varita mágica que traería, inevitablemente, progreso. Donde uno va encuentra a pobladores y autoridades locales que consideran que la laguna de patos silvestres, el resto arqueológico por excavar y el humilde plato típico de la zona; son elementos indiscutibles de una industria desaprovechada y evasiva. El turismo es una promesa nacional que descansaría sobre una base ganadora: el país está repleto de riquezas naturales y culturales que, adecuadamente expuestas, atraerían la atención de todo el mundo. En realidad, las cosas son un poco más complejas.

TRES CLAVES. En primer lugar, el turismo tiene que ver menos con el pasado y muchísimo más con el futuro. Lo saben muy bien los argentinos que han hecho de Buenos Aires una ciudad cultural y cosmopolita a pesar de su prematuro envejecimiento. Puerto Madero es la expresión de lo que los historiadores llaman “la invención de la tradición”: un simple puerto que ha adquirido una densidad turística hasta hace poco inimaginable.

En segundo lugar, el turismo, como cualquier industria, se hace desde el mercadeo. Cuando la gente viaja, está buscando aventura y seguridad, sorpresa y comodidad. La gente se “arriesga” para divertirse viviendo fantasías playeras, aventuras ecologistas o relatos museográficos. No se puede hacer turismo solo llevando a los desconcertados turistas frente a apus descongelados y “ruinas” desprovistas de teatralidad. Lo saben muy bien los mexicanos.

En tercer lugar, el turismo es una actividad orientada a los foráneos, pero determina la vida local. Las actividades que vive el viajero no son ajenas ni paralelas a la vida de los anfitriones. Por el contrario. Lo más valorado está en las calles y las plazas. Es una singular vida cotidiana lo que distingue a un buen lugar de viajes, de otro. Lo saben bien los colombianos de tierras calientes.

Así como una sola gran obra no genera necesariamente progreso, del mismo modo una maravilla arqueológica y un museo excepcional no producirán ninguna industria de turismo interesante. La clave es reinventar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Y esta reinvención tiene que suceder dentro nuestro. Mientras insistamos en definirnos según las determinaciones de nuestro pasado, las cosas no van a cambiar, ni en el turismo ni en nada.

UN HUMILDE EJEMPLO. ¿Porqué el noventa por cien de los turistas y vialeros que vienen al Perú les interesa únicamente el Cusco y no se quedan en Lima? Fácil. Por que nuestra ciudad no tiene gracia. Es una urbe que no se peina ni maquilla, que no se viste ni está preocupada en ponerse en forma. No hace de su cielo gris un detalle que contraste con la intensidad de sus colores y sabores.

El turista podría notar inmeditamente algo que nosotros en realidad escondemos porque nos cuesta reconocerlo. El Centro de Lima debería prepararse para ser presentada como la capital del Virreynato español. Edificios sobran aunque habría que empedrar el tablero para que recupere prestancia. La costa de Miraflores y Chorrillos puede, sin mucho esfuerzo, considerarse el pasadizo gastronómico del Pacífico, pero habría que lustrar sus avenidas como se hizo con La Mar. ¿Es descabellado esto?

Barranco puede convertirse en nuestro bohemio eje del diseño: muebles, ropa, artesanía. Es cuestión de acelerar el proceso. Miraflores y San Isidro bien pueden reclamarse como el punto cultural de la ciudad. Pero el Festival de Cine no debería ser el único evento regional y acaso el CC Camino Real debería transformarse en la sede de un museo nacional rodeado de cines, cafés, galerías y tiendas culturosas. La plaza de Pueblo Libre, y alrededores, bien podría ser el barrio de los dulces. Las abuelas abundan. Mientras que El Callao debería rescatar su condición de puerto histórico y el aeropuerto Jorge Chávez debería ser pensando como el punto nodal aéreo más competitivo de sudamérica. ¿Hay algo forzado en esto?

El turismo es una de las actividades económicas más creativas. Nuestra heterodoxa gastronomía y nuestra audaz informalidad son más importantes que los millones que hoy nos hacen falta. Pueden existir, sin embargo, planes e inversiones de diverso calibre, pero si no valoramos nuestra singularidad y no aprendemos a ejercer una coquetería más cosmopolita, ninguna fórmula será suficiente. Vanidad es aprender a quererse.

No hay comentarios.: