Sandro Venturo
(Publicado originalmente en Peru21)
La palabra “democracia” debe estar en la lista de las más mentadas cuando discutimos sobre asuntos politicos y sociales; y debe ser, al mismo tiempo, el significante más ambiguo e inútil de la jerga de nuestra opinión pública. Y cuando uso “opinión pública” no me estoy refiriendo a la gente que va apurada por la calle sino a quienes generamos los temas de la “agenda nacional”: periodistas, políticos, sindicalistas, líderes empresariales, funcionarios de ONG y, por supuesto, voceros de las empresas encuestadoras.
Los productores de opinión olvidamos, por otro lado, que para la gente dicha noción tiene otro significado. “Democracia” sólo adquiere sentido para gran parte de nuestros conciudadanos si ésta demuestra alguna forma de utilidad y beneficio. Así de concreto. Cuánta sabiduría en ese “pueblo” convenido. El sentido común a veces es impecable: si un instrumento no funciona, resulta “racional” buscar una alternativa que incida positivamente en la vida cotidiana.
¿Qué nos está diciendo el público electoral con su valoración condicionada de la “democracia”? Algo simple. Los politicos suelen hablar de “la democracia” como un valor supremo cuando, en realidad, deberían tratarla como lo que es: una caja de herramientas.
ES UN MEDIO. La democracia es una teoría acerca del poder que se objetiva formalmente en un estatuto político, en un conjunto de reglas y procedimientos, en un documento que conocemos como “Constitución”. Ciertamente este estatuto varía según el tipo de comunidad política aludida; sin embargo, existen algunos elementos compartidos casi universalmente en esta época de telecomunicaciones revolucionarias.
El equilibrio de poderes, la libertad de asociación y expresión, la elección universal y secreta, entre tantas otras, son herramientas institucionales que configuran una forma de administración del poder que busca limitar esa propensión a la alienación que dicho poder produce en nosotros, seres finitos y limitados, personas contenidas por convenciones culturales que reprimen nuestras fantasías inconfesables.
Pues bien, ¿a qué van estas disquisiones que apasionan a todo estudiante de politología y derecho constitucional?, ¿qué relación tienen con esta coyuntura de frentes políticos que no cuajan sino en la especulación periodística?, ¿qué de nuevo tiene constatar una vez más que la noción de “democracia” de la gente difiere de la de los líderes de opinión?
PALABRAS VACÍAS. En temporadas electorales como ésta el valor de la democracia se pone en juego especialmente cuando algún antipolítico, queriendo sintonizar con el público electoral, dispara contra la ya desprestigiada democracia para ganar puntos. Una vez más los caza-encuestas no está entendiendo nada. La gente les pide otra cosa, realmente profunda.
Inclusive quienes defienden la democracia atentan contra ella cuando se prestan a dinámicas electorales que van en sentido contrario al popular: quieren gobernar en primera división cuando no han gobernado antes en segunda o tercera. Quieren defender la democracia cuando antes no han sido capaces de demostrar, en los hechos, que las reglas democráticas efectivamente sirven para algo: para construir agendas y ejecutarlas en beneficio de la comunidad que los respaldaría. Que nuestros políticos tengan tantas dificultades para tramar frentes electorales dice muchísimo de su inmadurez política y organizacional.
EL GRAN RETO. Nuestro reclamo de corto y largo plazo, y ahora me incluyo dentro del “pueblo”, es el mismo: “democracia” significa “orden compartido”. “Orden” significa “estabilidad para diseñar, ejecutar y evaluar proyectos personales y colectivos”. El gran reto de la clase política, si es que dicho grupo existe, es evitar por fin el círculo vicioso en el que están inmersos. Y para ello nada más sencillo que seguir la sabiduría popular. Tienen que demostrar que, primero, no están tan desfasados como parecen y que pueden, en segundo lugar, darle vida al estatuto por el cual supuestamente se rigen.
Esto es mucho más hermoso que jugar a los egoísmos del poder. No hay desarrollo sostenible ni prestigio honorable, sin reglas claras y compartidas. La democracia no es un valor, ni debe serlo; es un medio, una caja de herramientas.
viernes, octubre 28, 2005
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