viernes, diciembre 16, 2005
1939 – 1945
Juan Infante
La segunda guerra mundial comenzó hace 66 años. Imagino a mi padre que acaba de cumplir 70. Un hecho mundial tan traumático debe haber afectado su vida, su sociedad y de hecho la de su hijo -pienso.
Al día siguiente de mi visita a Auschwitz duermo en Poznan, una ciudad al centro de Polonia, en una cama cedida gentilmente por “Grandma”, la abuela de la casa de los Sadowsky; ella es una mujer de más de 75 años que vivió en Polonia la guerra y que hoy vive feliz, sonriente, sin memoria. Los Sadowsky, son dos siquiatras que se aman y que hace 15 años, tras la salida de los rusos de Polonia, decidieron tomar una casa deshabitada y convocar a un grupo de alcohólicos y prostitutas, a hacer vida en familia con ellos y sus tres hijas. Hoy dirigen Barka, una institución polaca llamada a transformar los sistemas siquiátricos y penitenciarios del mundo. Ellos me acogen, alimentan y educan en Poznan.
En el viaje camino a Poznan recuerdo también un libro de Tom Peters acerca de lo mal que está la educación en Estados Unidos. Se preguntaba él: ¿Cuándo se modelo el sistema educativo tal cual lo tenemos ahora? ¿Quién lo hizo y bajo que supuestos y objetivos? Un sistema educativo vigente en todo el mundo donde colocas 40 niños en un aula durante 6 horas de su vida, 11 años consecutivos a que memoricen cosas que olvidarán a los pocos años. Niños que aprendimos poco de la vida, que aprendimos poco a vivir.
Caminando por Auschwitz decido, relativizar de ahora en adelante los aportes de la civilización europea y la cultura occidental. Decido que cada vez que tenga al frente a un europeo recordaré mi día en Auschwitz.
Pero sobretodo, decido seguir siendo un hombre que le pregunta a todo su por qué.
Tenemos que ser capaces de cuestionarlo todo y atrevernos a replantear un conjunto de instituciones que ya no nos sirven o sirven para muy poco.
Somos prisioneros de instituciones diseñadas para un mundo que privilegió la guerra, y se vio confrontado por la necesidad de atención despersonalizada de heridos de guerra y víctimas de epidemias, la aparición masiva de familias en las ciudades, la burocracia, la producción en masa de bienes, etc.
Las instituciones que hoy rigen nuestras vidas no distan mucho de las existentes hace 200 años. Y caminando por Auschwitz, cruzando Polonia en tren, durmiendo en la cama de Grandma, visitando cada sede de Barka, me doy cuenta que no deberíamos respetarlas tanto.
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