jueves, diciembre 15, 2005
Auschwitz
Juan Infante
Pain! Pain! Pain! Pain! Pain! Pain! Pronuncia un amigo polaco señalándose todas las partes del cuerpo. Entro a Auschwitz recordando esa imagen y las palabras que este colega polaco, emprendedor social asociado a Ashoka, nos dijo al final de una caminata en silencio por las calles de Cracovia: ¡Dolor! ¡Dolor! ¡Dolor! ¡Dolor! ¡Dolor! ¡Dolor! Señalando todas las partes de su cuerpo.
Dolor, pena, sufrimiento. Todavía están latentes en la Polonia del 2005 y uno lo percibe.
Auschwitz hoy recibe decenas de miles de visitantes cada año. ¿Cómo es? Tal cual lo vemos en las películas o en los documentales pero sin los protagonistas del holocausto, no están los presos ni los carceleros, sólo sus huellas, su memoria. Hoy, Auschwitz por fuera, es un conjunto de edificaciones que bien podrían pasar por un conjunto residencial o de oficinas. No es así, claro; hoy es el museo de una locura que ocurrió en Europa hace apenas 60 años.
Te inunda el silencio y el asombro.
Hace mucho frío a pesar del abrigo que llevo y apenas es noviembre.
Entro a cada edificio, leo cada letrero, miro cada sala, me sobrecoge cada ambiente. Difícil articular palabra, difícil hacer un relato.
Se calcula que en Auschwitz los alemanes nazis asesinaron a más de un millón cien mil personas. La mayoría de ellos judíos provenientes de todas partes de Europa. También gitanos y homosexuales. También lideres políticos y de la resistencia. Ciudadanos polacos, rusos, húngaros, holandeses, eslavos, alemanes.
Hace 60 años, en Europa…
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