Sandro Venturo
¡No importa que robe, lo importante es que deje obra! Esta es la frase que resume, de forma contundente, la cultura política de gran parte de los peruanos y explica, además, porqué el expresidente prófugo guarda tanta simpatía ante ese público electoral disconforme y desconfiado. La verdad es que la corrupción de los políticos es posible, además de cíclica, porque es compartida por casi todos los ciudadanos.
Es necesario reconocer que el coautor de la red de corrupción más grande de nuestra historia supo interpretar una gran demanda: la gente, no sólo los más pobres, reclama protección así como un mínimo de atención, de reconocimiento. La exclusión social es nuestro principal problema nacional. Ciertamente el gobierno anterior respondió con eficacia a esto produciendo una sensación de orden a través del control de los medios de comunicación, mientras dosificaba una forma de inversión social que, como lo han demostrado los especialistas, sólo paliaba la desesperación de los más pobres. Así, se postergó la enfermedad.
El desprestigio de los demócratas y la convicción de los autoritarios es centenaria en un país de poderosas inercias, pero esto no excluye determinar cuáles son las deudas pendientes.
En mi opinión, las principales lecciones sociológicas de los años noventa fueron: i) el Estado post-populista no tiene autoridad (ni legitimidad ni poder), ii) las organizaciones politicas no tienen ninguna capacidad de construir una nueva forma de autoridad, iii) el desprestigio de la actividad política es muy poderoso por eso todo liderazgo carismático y anti-institucional es atendido por la gente, y iv) nuestra comunidad política - aquí incluyo a todos, gobernantes y gobernados, culpables e indiferentes - no tiene una idea compartida de cuáles son los puntos mínimos para hacer viable una sociedad atrapada hace décadas por sucesivas crisis.
Esto es lo que está detrás de los sucesivos escándalos de la farándula politica: somos parte de una comunidad incapaz de generar nuevas corrientes políticas que derroten la impotencia simbólica y material en la que vivimos. Como no podemos con nosotros mismos, esperamos que venga desde afuera (literalmente desde afuera) una autoridad que restituya un orden que calme tanta desesperanza. Eso significó y significa aún Fujimori: la corrupción de nuestra capacidad para producir, por nuestra propia cuenta, el bienestar que nos merecemos.
miércoles, noviembre 16, 2005
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