viernes, junio 03, 2005

EL ESTADO Y LA PEQUEÑA EMPRESA

El Estado y el desarrollo de la pequeña empresa
(artículo publicado en Perú Económico febrero 2005)

Juan Infante*

La noción de Estado emerge de las sociedades cuando éstas comprenden que es mejor encargar a un cuerpo institucional la ejecución de funciones y tareas específicas para que las sociedades funcionen mejor. Por ello, las sociedades están dispuestas a pagar (impuestos) para mantener ese cuerpo institucional. Son las sociedades, por tanto, quienes deben fijar las prioridades del Estado y es éste, o quienes lo gobiernan en un período determinado, el que debe responder a las necesidades de la sociedad. El Estado y sus instituciones deben ser entes dinámicos que respondan a los requerimientos sociales. En ese sentido, algunas funciones estatales como brindar seguridad interna y externa, administrar justicia, entre otras, se constituyen en permanentes (aunque las tareas específicas sufran variantes) y otras deben aparecer y desaparecer en función del estadio de maduración de una sociedad y su mercado. Es dentro de este marco que sustentaré el porqué el Estado peruano debe generar una política de promoción hacia la pequeña empresa.

Estado y empresa
La sociedad peruana requiere que su Estado intervenga en el desarrollo de su sector empresarial. Sucede que la sociedad peruana --y con ella cada sociedad local dentro del Perú, como regiones, provincias y distritos-- requiere invertir recursos en generar instituciones que ejecuten programas para acelerar la maduración de su base empresarial. Esto no debe significar, bajo ningún punto de vista, la creación de pesadas cargas burocráticas que pretendan reemplazar a las empresas en la generación de servicios o productos destinados al desarrollo empresarial y menos que pretendan reemplazar al aparato productivo y de servicios. Pero resulta evidente que el grado de desarrollo empresarial en nuestro país es incipiente, como lo es también el desarrollo del aparato privado cuyo negocio es el desarrollo empresarial.

En el año 2001 apenas 7,482 empresas facturaban más de US$750,000 al año, las cuales representaban apenas el 0.2 por ciento de las unidades económicas; la estructura empresarial peruana es a todas luces raquítica, y si diferenciamos la capital de las provincias, veremos que la situación en el interior es peor.

El sector empresarial
¿Por qué tenemos un sector empresarial raquítico? Podríamos responder esta pregunta agarrando a garrotazos a quienes lideraron la historia del Perú, pero ese ejercicio de catarsis ya ha sido realizado múltiples veces. Lo concreto hoy es que la mayoría de nuestras empresas están lideradas por una primera generación de empresarios y a estos y a sus trabajadores les es escaso dos recursos fundamentales para su desarrollo: Conocimiento y Capital.
Aprender a desenvolverse con éxito en la compleja tarea empresarial demanda una buena cantidad de años y dar saltos en la productividad y en el tamaño de mercado, además de conocimiento, demanda capital. A mi criterio, en el Perú los sistemas de aprendizaje y financiero dirigidos al mundo empresarial están absolutamente subdesarrollados y su estadio de desarrollo no calza con las necesidades y evidentes potencialidades de los empresarios y trabajadores peruanos.
¿Por qué debemos procurar el desarrollo de nuestro sector empresarial? Porque a todos nos conviene contar con un sector empresarial amplio y sólido. El círculo virtuoso de un mercado con densidad de agentes genera progresivamente bienestar y este se manifiesta en empleo creciente, paz social y calidad de vida. Implementar esta visión no está resultando sencillo en el Perú.
La pobreza explícita en la que vive la mayoría de nuestra población y el egocentrismo y falta de patriotismo del sector empresarial moderno generan enormes presiones contrapuestas que impiden el desarrollo de un sistema institucional que viabilice el desarrollo orgánico de la masa empresarial peruana.
Por un lado, los pobres del Perú demandan paliativos inmediatos para su situación, consumiendo ingentes cantidades de recursos en programas de carácter asistencial y, por otro, los sectores empresariales más modernos, haciendo uso del desmedido poder que le otorga su solvencia económica, generan una agenda estatal centrada en ellos mismos. Resultado de esta tensión de contrarios es la insatisfacción generalizada y la sensación mayoritaria de que el Perú no está dirigiéndose hacia ningún lado y, si lo hace, camina con extrema lentitud o por una ruta en extremo accidentada.
Las ganas de surgir del peruano, de las cuales hay evidencia por doquier, se chocan con un sistema institucionalizado que no le da cabida. Es por ello que el Estado debería tomar cartas en el asunto. Si no lo hace aún es porque ningún partido político tiene la capacidad de comprender esta demanda subyacente de nuestra sociedad y articularla en una propuesta programática. Si los partidos políticos se concentraran en serio a esta tarea, la desazón nacional empezaría a cambiar.

¿Y que hacer?
¿Qué puede hacer la sociedad y el Estado peruano para fortalecer su cuerpo empresarial? En primer lugar, en el 2006 los peruanos debemos elegir a una persona y un equipo que pueda liderar este proceso. Esto va más allá de la capacidad que tengan los candidatos de articular algunas frases efectistas con coherencia. Esto ya lo hemos tenido y siempre termina produciendo grandes decepciones. Por ello, las instituciones de la sociedad civil (los gremios empresariales, laborales y agrarios, los medios de comunicación, la academia, las ONG, etcétera) deberían comenzar a demandar una mayor seriedad en las agendas de los partidos. Esta dinámica no debería centrarse exclusivamente en Lima, sino ser intensiva también en las provincias. Si los partidos, como es evidente, han abdicado de liderar esta dinámica, otros sectores de la sociedad deberían asumir la tarea, pues cuando la sociedad se mueve, el Estado y quienes lo administran, siempre terminan acompañándola y, con el tiempo, potenciándola.
Como fuere que suceda (y esperemos que ocurra) El Estado debería a partir de julio del 2006 garantizarle a todo peruano --que esté dispuesto a esforzarse-- que podrá acceder a costos razonables a sistemas de aprendizaje y crédito que potencien su desarrollo. Esta tarea demanda, por coherencia, dos tareas subsidiarias: revertir la arraigada tendencia de la población a demandar políticas asistenciales y, en paralelo, revertir las demandas mercantilistas del poder económico y fortalecer la defensa del consumidor frente a los monopolios y oligopolios.
La primera permitirá ir liberando recursos de las políticas paliativas de alivio a la pobreza para destinarlos a políticas definitivas de erradicación de pobreza y, la segunda, eliminará las distorsiones actuales otorgando credibilidad al nuevo gobierno. Un cambio de paradigma de este tipo exigirá del pueblo peruano y del sector empresarial moderno paciencia, sacrificio y confianza. Quienes se atrevan a liderar un proceso de este tipo deberán, a su vez, ser percibidos como justos, éticos y muy profesionales.

Conocimiento y Capital
Existe una enorme oportunidad de mercado para los institutos técnicos y las universidades (e incluso los colegios) de ofrecer a los empresarios y sus trabajadores programas de efecto directo en la mejora de la competitividad de las empresas. Sin embargo, su oferta y mercadeo están muy mal planteados. Me consta, por propia experiencia, que el Estado puede hacer mucho para que la oferta de la academia y la demanda de los empresarios y trabajadores se encuentren. Para echar a andar la rueda se requiere claro liderazgo y quizás subsidios temporales. Los países y regiones que han logrado rápido desarrollo así lo han hecho.
Lo propio ocurre con el sistema financiero. Lamentablemente, el desarrollo de la banca en el Perú está centrado más en las instituciones que abastecen de crédito al mercado que en el usuario que lo demanda. Las instituciones financieras grandes hacen abuso de su posición de dominio y de que las alternativas menores tienen costos operativos altísimos, dada la elección de su tecnología financiera.
Como resultado tenemos que más del 50 por ciento de las unidades económicas empresariales están, en la práctica, excluidas del sistema financiero formal y que menos del 10 por ciento accedan a tasas de interés que realmente les permiten desarrollarse. El discurso para justificar esta situación, desde el punto de vista de la sociedad, es patético: más vale tener un crédito caro (carísimo) que no acceder a él.
Lo cierto es que las empresas no van a desarrollarse si todo su excedente se va en cancelar préstamos a la banca a costos altísimos. Actualmente nuestro atrasado sistema financiero es uno de los factores más importantes que explican la poca competitividad de las empresas peruanas. Por ello, es urgente dinamizar el sistema financiero. Ahorrar de manera segura y acceder al crédito son derechos económicos fundamentales del ser humano. En el Perú, sólo una minoría accede a estos derechos.
Planes agresivos de formalización como los que propone Hernando De Soto son urgentes y necesarios, pero no bastan. El país necesita con urgencia la aparición de una gama amplia de alternativas que dinamicen el sistema financiero para la base de la pirámide, el 99.80 por ciento de unidades económicas peruanas así lo demandan. La banca hoy está panza arriba tomando sol, por ello, el Estado tiene que preocuparse por dinamizar el sistema, bajando barreras y permitiendo el ingreso de alternativas novedosas (privadas) que en otros países han dado estupendos resultados. Espero que no tengamos que esperar al 2011.
* Fundador del Banco de Soluciones para la Erradicación de la Pobreza – BANSEP.

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